No puedo con mi adolescente… ¿y si el problema no es solo suyo?

Hay momentos en los que se hace cuesta arriba. No puedes con su tono. No puedes con su mirada. No puedes con sus respuestas. Con su desgana. Con la sensación de que está desafiando todo el rato, aunque no diga nada. Y acabas diciendo: «no puedo con esto». O pensándolo. O callándotelo mientras te muerdes la lengua para no estallar.

Y en esos momentos, es fácil creer que el problema es la persona adolescente que tienes en casa. Que está imposible. Que está provocando. Que se ha vuelto otra. Que algo se ha torcido. Y que si cambiara, todo sería más fácil.

Pero, ¿y si no es (solo) eso?

¿Y si lo que también está ocurriendo es que su malestar te conecta con algo que es tuyo? Con algo que también te dolía a ti. Con algo que nadie te permitió sentir. Con algo que ahora ves reflejado en esa persona y no sabes cómo atender.

Cuando una persona adolescente se mueve en la ambivalencia, en el «te necesito pero te rechazo», en el «quiero hablar pero no así», en el «no quiero que me hables pero no te vayas»… eso nos descoloca. Porque no es una comunicación clara. Porque confunde. Porque remueve. Porque a veces te obliga a sostener desde un lugar que a ti nadie te sostuvo.

Y eso no significa que lo estés haciendo mal. Significa que acompañar también pone cosas tuyas encima de la mesa. Cosas que no habías mirado. Cosas que no sabías que seguían ahí. Cosas que no tienen que ver con ser buena madre, buena tía, buena profe o buena psicoterapeuta. Tienen que ver con ser humana.

El problema no es solo lo que hacen las personas adolescentes de nuestra vida. El problema es lo que se activa cuando eso que dicen o hacen te toca en un lugar sensible. Y no tienes que sentirte culpable por eso. Pero puedes pararte. Y observarlo. Y preguntarte: ¿Qué me pasa a mí con esto?

A veces, no puedes con esa situación porque no sabes qué hacer con lo que sientes tú. Porque estás agotada. Porque vienes de sostener mucho. Porque el rebote te llega en un día en el que no te queda paciencia. Porque esa mirada te recuerda a la tuya cuando tenías su edad y nadie te entendía.

Y todo eso es válido.

Esto no va de señalar culpables. Va de ampliar la mirada. Y de darte el permiso para reconocer que no puedes con todo. Que hay algo que también necesitas revisar dentro. Que hay heridas que no se curan leyendo, ni escuchando, ni escribiendo. Solo observándolas cuando se activan. Mirándolas de frente, reconociéndolas.

A veces, cuando dices «no puedo con esto», en realidad lo que estás diciendo es «no puedo con lo que me pasa cuando esto ocurre». Y ese matiz lo cambia todo.

Porque te devuelve algo de espacio. Algo de margen. Algo de comprensión.

No para justificar nada. Sino para acompañarte mejor a ti mientras acompañas a las personas adolescentes que tienes cerca.

Porque el vínculo no va solo de ayudarlas a crecer. Va de no dejarte atrás mientras lo haces.

Si éste artículo se te ha quedado corto, ya tienes disponible el último episodio del podcast “No es personal, es cerebral” en el que hablo sobre cómo acompañar el dolor en la adolescencia sin minimizarlo ni invadir.

Y si quieres recibir mis correos diarios y seguir aprendiendo sobre adolescencia, haz clic AQUÍ

Esta web utiliza cookies de terceros para fines analíticos. Puedes aceptarlas, rechazarlas o consultar más información.    Ver política de cookies
Privacidad